- Adorno con Adorno -

20:50


«No sufras más, Lidia. No sufras más».
Vengo rememorando esa frase tan propiamente tuya desde hace exactamente 28 días, cuando empezó todo. Recuerdo habértela dicho algún día de la primera semana, con el propósito de sacarte una sonrisa, pero fuiste vos, en definitiva, quien con su humor constante me la sacó a mí.
Tenías un glosario de expresiones inigualables que de pendeja prometí poner todas juntas en un libro -¿quién podría ser tan imbécil de perderse de leerte?-, y con tu "Mamuchita" intentamos, hace algunos años, transcribirlas en una hoja. Una hoja que me guardé cual pieza prehistórica de museo. Una hoja que, al día de hoy, sigo llenando cada vez que puedo.
Entre tantas de esas frases, tenías esa, en la que te auto exigías parar de sufrir cual pastor de iglesia universal.
Finalmente, dejaste de sufrir. Aunque en verdad la careteaste todo lo que pudiste, de la mejor manera. ¿Para qué mentir a esta altura del partido? ¡Qué vieja testaruda y temperamental que fuiste siempre, che! En cada momento de sufrimiento, chapeabas con tu máster en puteadas. Supongo que es mejor así. «Mejor reír que llorar, dice Palito Ortega», ¿no?
Lo irónico es que nunca fui tolerante para con tus insultos, que me crispaban de pies a cabeza, pero en el último mes me significaban un canto al alma. Escuchar tus bardeadas me hacía feliz. Tan feliz que ni siquiera podría describirlo sin llorar de la risa. Y así es como elijo recordarte. Como esa persona que tiene un don para ser un palo en el culo, pero con un corazón más grande que toda la vía láctea. Y es que no voy a conocer a nadie como vos. Con ese ímpetu, con ese coraje, con esa fortaleza, con ese empuje, con esas ganas, con esa perseverancia, con esa determinación, con ese equilibrio perfecto entre amor compasivo e irribitabilidad al palo que tanto te caracterizaban.
¡Cuánta lucha, Lidia! ¡CUÁNTA! Te pienso y te admiro con todo mi ser. Esa misma lucha con la que no aflojaste, hasta el último momento en que decidiste claudicar, porque ya habías logrado tu cometido: generar una unión tan sólida que ni M*cri gato la podría derribar.
Así y todo duele. Duele zarpado. Duele como si me estuvieran intentando sacar el alma de mi propio cuerpo. Duelen la incertidumbre y el miedo de no saber cómo honrarte de ahora en más, cómo representarte. Duele no saber cómo contar tus historias sin tener a la protagonista de ellas y su versión oficial. Duele no saber reproducir cada insulto en guaraní, sin tener idea de si lo estamos pronunciando bien o mal. Duele no cocinar al lado tuyo sin soportar tus "entrasches". Duele que no te pelees conmigo por tu lugar en la mesa, porque ahora quisiera que nadie ocupe ese lugar, porque te corresponde sólo a vos, para siempre. Duele no escucharte, no olerte, e incluso no retarte. Prefiero que me digas "puta" cada diez minutos y que esperes a arrepentirte después de un abrazo mío, a esto. Lo prefiero un millón de veces.
¡Mierda! Querida abuela, «nadie puede contra el tiempo», y eso me lo enseñaste vos, pero agradezco haberle arrebatado segundos a ese tiempo desgraciado, traicionero y fugaz, para reírnos juntas y en secreto de él.
En budismo nos enseñan que la vida es continuidad. Que venimos de existencias pasadas, y tendremos existencias futuras. Sé que no estarías del todo de acuerdo con esto, pero yo sí, y me aferro a la idea de, más temprano que tarde, volverte a cruzar.
Así que nada, Lidia, nos vemos cuando nos veamos en la próxima existencia, para putear y carajear a medio país a mansalva. Total, «después de la farra, viene la butifarra», y ahí, con birra de por medio, es donde nos vamos a reencontrar.
Te amo. Lo sabés.
Yo,
«Tu Dulce Carolina»


¿Querés seguir leyendo?

0 comentarios

Facebook