- Creer o Reventar -

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Desde pendeja la iglesia me pareció nefasta. Nunca supe explicar por qué, pero ya desde chica lloraba cada vez que llegaban los domingos de catequesis. ¡Y eso que me tocaba jugar! Pero no era un lugar en el que me quisiera quedar. Veía a mi familia a lo lejos y mi mayor deseo era irme con ellxs.
En aquel entonces no podía poner en palabras lo que sentía, pero con el paso del tiempo pude ir descubriendo que lo que no me agradaba era el adoctrinamiento que ejercían sistemáticamente sobre mi cerebro. "Dios es dulce, Dios es bueno, Dios es benevolente, Dios perdona nuestros pecados, todos merecen conocer el nombre de Dios".
Llámenme desconfiada, pero ese constante interés por remarcar una máxima con el propósito de darle una verosimilitud desesperada, siempre me hace considerar una alternativa opuesta a la que buscan transmitirme con tanto fervor.
Para cada una de esas frases, yo tenía una contra respuesta mental. Imágenes. Un intenso chubasco de imágenes vistas en documentales y películas: inquisición, dictaduras. Momentos aberrantes en los que la iglesia y sus representantes tomaron partido, taparon, y/o fueron partícipes protagónicxs.
Tampoco es que me caracterizara por ser una persona de fe. Nunca creí en lo sobrenatural. Nunca me pareció sensato endiosar a las personas, principalmente porque lo que las hace mágicas es justamente eso: ser personas, con virtudes y defectos. Al magnificar a lxs seres humanxs, las virtudes tienden a ser naturales, propias de su característica divina, sin embargo, los defectos pasan a ser consecuencia de un agente externo, porque esa deidad jamás le permitiría pecar, y pecado es una palabra demasiado grande.
Mi abuela solía decir que si el sabio podía errar, pues ella entonces más. La frase original era algo así como «hasta el sabio se equivoca, ¡y yo con más razón!» El sabio se equivoca, pero el Dios no. En todo caso quien mete la pata, es el diablo. Demasiado conveniente depositar todo en el más allá. El único inconveniente es que nosotrxs estamos en el más acá.
Pasé dos años de mi vida escuchando y mamando eso mismo, que quien la pifia es el diablo. Pasé dos años imaginándome a un hombre vestido de rojo, con una cornamenta en su frente, portando habitualmente un tridente con el que incineraba a las personas -ojo, esto no me lo dijeron en la iglesia, pero sí en los dibujitos. Pasé dos años adjudicándole a esa entidad la culpa de todos los males de la sociedad, mientras inocentemente me dedicaba a jugar a las escondidas, a la mancha televisor y a entender la bondad de Dios.
Entonces, en muy poco tiempo aprendí que Dios es bueno, que el diablo es malo y que ÉL de todo tiene la culpa. ¡Ah! Eso también. Aprendí lo que es la culpa y aprendí a reconocerla, a sentirla, a padecerla y a, en un abrir y cerrar de ojos, despojarme de ella en un confesionario, cual lavaje de manos, ¿igual que Poncio Pilato no es?
Confesionario. Nueve años tenía cuando me enseñaron lo que era revelarle nuestros secretos a un cura. De un domingo a otro la tarea había sido algo parecido a: "piensen en qué pudieron haber fallado esta semana, si defraudaron a alguien, si hirieron, si contestaron mal, si fueron egoístas, y anótenlo en un papel". ¡Uf! ¡Qué tarea más turbia, Jesús de Nazareth!
Estuve una semana indagando... Particularmente no tuve una infancia demasiado jodida. Era una piba naif no tan caprichosa que se conformaba con poco, escolarizada, con juguetes, familia numerosa y bien constituída, hermanxs compañerxs, madre y padre presentes, contenida... Una semana reflexionando. ¡Y yo qué sé! Así que decidí inventar algo. Escribí en un papel que me sentía arrepentida por no haber barrido un día que mi mamá me lo había pedido. Esa fue mi confesión. Tuve que rezar un Padre Nuestro y listo: ¡eximida! Pero ese día no aprendí a confesarme, aprendí a mentir. Seguramente ya antes lo hacía de forma autómata, pero ese día fue premeditado, con un propósito claro.
Finalmente llegó el día. Catequesis terminó, yo tomé la comunión y nunca más pisé una iglesia. Al menos no por decisión propia. Nunca había creído, nunca había estado de acuerdo con lo que pregonaban, nunca había entendido la historia de Adán y Eva o por qué ella había salido de una costilla de él. Yo, que de pequeña me preguntaba el origen de las cosas y qué había venido primero, si el huevo o la gallina.
A mis 11 años se difunde públicamente el caso del Padre Grassi. ¿Abusos? Sí. Abusos. Pero para mí no había sido un tipo con un tridente. Para mí había sido una persona concreta, un sorete, pero un ser tangible al fin. La iglesia tomó una postura al respecto, la misma de siempre. Yo ese día también determiné. Supe desde ese mismo instante que hay cosas que son imperdonables, y que si como entidad te dedicás a tapar, te convertís en la misma mierda que te caga. Salvo que todxs sean una manga de cagadores. Eso también puede ser.
Diez años después de ese último acontecimiento, mi sobrina y ahijada fue bautizada. Dado que soy su madrina, me tocó asistir a una reunión previa al bautismo; no podría asegurar de qué se trataba porque me dediqué a ignorar todo tipo de parafraseo absurdo. Me volví a convertir en esa mocosa de 8 años. Asentí, sonreí y conté cada segundo hasta que me tocó irme. Lo único que recuerdo de esa noche, es la pizza que cené como recompensa después. Aunque hubo algo que sí me llamó la atención: un pequeño de 10 años iba a ser bautizado en la misma ceremonia que mi sobrina, el cura reconfirmó la decisión de lxs padrxs aseverando que ese pibe estaba en pecado e iba a ser liberado. ¿En pecado? ¿Por qué todx niñx nace siendo pecador/x? ¿Qué lxs hace ser pecadorxs? ¿Será porque vienen de un polvo? ¡¿Qué mayor orgullo que sabernos fruto del placer consentido?! «CONSENTIDO» Algo que la iglesia no acata. Pues entonces, ¿quiénes son lxs pecadorxs?
Yo debo de serlo. Mujer (cis) no femenina, lesbiana y feminista. «Todxs merecen conocer el nombre de Dios», me dijeron. Sin embargo, en su casa no soy del todo bienvenida. En su casa soy más que una pecadora, una incomprendida. En su casa soy una enferma. ¿Soy una enferma por él, o por la magnificencia con la que sus devotos pregonan y adoctrinan?
La fe se trata de creer o reventar. Yo reventé. Reventé con el relato que atrasa. Reventé con la violencia, con las prohibiciones absurdas. Reventé con los discursos hipócritas, con las frases sutiles (y no tanto) que enmascaran discriminación. Reventé porque nadie tiene el derecho de apuntalar con el dedo a nadie y tildarlx de enfermx, mucho menos quienes se jactan de supuestos atributos misericordiosos pero no actúan en pos de los mismos -no sé si te suenan 62 casos de abuso dentro de la iglesia-, y yo sí que estoy siendo sutil pese a que me pasé leyendo toda la mañana variadas atrocidades.
Leí por ahí que la única iglesia que ilumina es la que arde. Te lo digo de mil maneras: que arda, se va a caer, reventá conmigo, sumate a la apostasía colectiva, pero no te vuelvas cómplice de lo que socialmente no está bien.

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