- Antes y Después -

21:41

Dicen que en la vida de toda persona hay un antes y un después. Un momento, un suceso. Un punto de inflexión en el que todo se modifica con un propósito.


Este punto puede ser un qué, un cómo, un cuándo o un quién. En mi caso fue un "ella" inusitado. Y así comienza mi historia.
Antes de ella mi vida no estaba perdida, simplemente un tanto descarriada. Disfrutaba de elementos nocivos para la salud, era de buen beber y me gustaba fumar. ¡Dios! A veces al día de hoy extraño ese pucho mañanero, amigo y traicionero, aquel que me acompañaba a cada paso que daba, en las buenas y en las malas mucho más.
No todo era tan malo. Escuché por ahí que el desordenado dentro de su desorden se entiende. ¿El equilibrio entre tanta fiesta, música y rock & roll? ¡Marche un poco de bicicleta!
Cuando ella apareció, la vida decidió ponerme a prueba una y otra vez. Así tuve que aprender a soportar besos y cachetadas, abrazos y puñaladas. Asumir lo imposible, enfrentarme a todo y a todos, incluyéndome a mí misma. Eso es lo que pasa cuando la sociedad te condena y te enseña que,
si no te sumís a sus reglas
                                       te covertís en un paria
Costó. Mucho. Muchísimo.
El disfrute no fue constante, pero fue intenso. El drama igual. Aunque dicen que nada es eterno. Esto tampoco lo fue.
Así le di otro valor a la vida. Uno que no conocía, uno que recién comenzaba a degustar. Uno cuyo sabor me atrapaba más y más.
Con el tiempo me fui sumergiendo mar adentro en el descontrol de lo nuevo. Entendiendo poco a poco de qué se trata amar. Un mundo completamente desconocido, absorbente y estelar.
La fiesta se fue supliendo con algo distinto. Algo mejor. ¿La bicicleta? Habrá que preguntarles a los amigos de lo ajeno...
Aprendí todo lo que una persona puede aprender al lado de otra. Aprendí incluso a querer contra las reglas y en secreto, aunque un día dejé de necesitar jugar a las escondidas. Ahí fue cuando fui capaz de ventilar y de gritar a los cuatro vientos que me había enamorado de una mujer. Sí, una mujer, como yo.
Enfrenté a todos y a todas. Me aceptaron. Me acepté -ésta fue la parte más difícil. Y entonces disfruté. Un disfrute que resultó ser intenso pero fugaz, aunque esta estrella no me dio lugar a pedir un último deseo.
Un filósofo de la música dice que las despedidas son esos dolores dulces. Quizá en un tiempo logre verlo así. De momento mi paladar se ha tomado vacaciones sin goce de sueldo.
Ahora es cuando mi presente se convierte en el después. Ese después que uno nunca está listo para enfrentar. Ese después que te abofetea de un lado y te obliga a poner la otra mejilla para -claro- volver a abofetearte del otro. Ese después en el que tu agenda está cargada de actividades que para nada querías realizar; plagado de recuerdos que hieren un poco más.
La mochila es muy pesada, las dos cuadras se elevan a la enésima potencia y levantarte es una acción cuyo paso a paso analizás meticulosamente. «Un pie, el otro pie, y así sucesivamente»
Ya no hay fiesta. Ya no hay pucho. Ya no hay bicicleta. Ya no hay amor.
Habrá que tirar para adelante y simplemente esperar a que la vida sorprenda con otro punto de inflexión.

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