- Fecha de Vencimiento -

11:22

Cuando empezás una relación, nunca creés que va a tener fecha de caducidad. Arrancás de cero, lleno de expectativas, lleno de ilusiones, esperanzas y proyectos. Arrancás con alegría y euforia.
Son sentimientos que no olvido, que todavía tengo frescos.
Hoy me pasan como flashes. Uno tras otro.
La primera mirada, un flechazo total. Las caricias que jamás creí que sabría dar. Los besos, los abrazos, los mensajes, el primer te amo, las risas, los regalos de cada aniversario, las canciones que compartimos, los lugares, los paseos, cada salida. Todos forman parte de un código único, irrepetible e inolvidable.
Todos quisiéramos de antemano contar con una bola de cristal que nos asegure un futuro a la par, un camino de a dos. La certeza de que no le estamos pifiando.
La incertidumbre del no saber pesa tanto que a veces te come por dentro. Y cuando  todo se empieza a desmoronar, cuando se avecina eso que tanto temías, ya no hay tu tía que te pueda salvar.
Y llega. Vivís el derrumbe. Ves cómo tu piso se desmorona. Mirás hacia atrás y la avalancha de recuerdos no deja de jugarte malas pasadas.
Hay días mejores y días peores. Días en que entendés que todo pasa por algo y que pese a lo malo, creciste, o al menos es lo único reconfortante de lo que uno mínimamente se puede agarrar. Días en que quisieras volver el tiempo atrás a ese momento donde todavía les saltaba el corazón y días en que desearías no haber vivido nada.
Lamentablemente nada es tan mágico como parece y el amor no es una ciencia exacta.
Las relaciones no son como envases, con una aclaración de antemano, una advertencia que te indica que todo tiene un final, con precisión de día, mes y año, porque en ese caso, ¿quién se la jugaría por amor?

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