- Paren el mundo, me quiero bajar -

20:12



Cuando era chica sentía la ferviente necesidad de parecer grande; claro que no estamos hablando de una apariencia física, sino que mental -siempre me vi rodeada de adultos, quizá esto haya tenido mucho que ver-. Así fue que un día me desperté y dije "es momento de empezar a leer".
Nunca había sido gran amante de la lectura. Sin ir más lejos, la aborrecía. Justamente por eso mismo fue que decidí romper con la barrera del prejuicio gestado por mi propia ignorancia.
Si bien intenté empezar con los poemas de Adolfo Bécquer, no funcionó y entendí instantáneamente que mi ambición era más grande de lo que mi coeficiente intelectual me permitía. Mucho más grande. Y ya que estamos en época de auto sinceramiento, me parece que la franqueza debería de ser fundamental. Así, con ocho años de edad y un metro quince de estatura, agarré por primera vez "El Principito" y empecé a leer.
A la semana, lograda por haberlo terminado, sonreí ingenuamente y me di cuenta de que no había entendido nada. Nada en absoluto. Ni una sola metáfora. A decir verdad creo que todavía no conocía ni el concepto más básico de lo que una metáfora podía llegar a significar.
Una vez más mi intelecto me jugaba una mala pasada.
Frustrada nuevamente por el sabor del fracaso, inspeccioné en mi biblioteca y encontré unos libros coloridos, simpáticos y con dibujos. Por algo tenía que empezar, no importaba qué tan bajo pudiera caer. Es importante entender que para llegar a la cima, los primeros pasos son tan o más vitales que la claridad de la meta.
De esta manera conocí a Mafalda y a su círculo más allegado de gente, y si bien no era el género más maduro al que podía apuntar, a través de Quino empecé a disfrutar de la lectura y a conocer un nuevo significado: el del sarcasmo.
Mafalda era una jovencita perteneciente a una familia de clase media conformada por su papá, su mamá y su hermanito menor, Guille, quien no aparecería hasta después de algunos años de comenzada la tira. A través de su inocencia y pesimismo, esta pequeña se dedicaba a dejar en evidencia, con una perspicacia envidiable, al resto de los personajes, pero principalmente a sus padres. «El sueño del pibe»
Si había algo que me gustaba de Mafalda eran sus latiguillos, y hay uno que recuerdo a la perfección: "¡Paren el mundo! ¡Me quiero bajar!".
De las cientos de frases que podría haber elegido recordar, me quedé con esa, y desde la primera vez que la leí, la empleo en cada ocasión en que siento que todo se colapsa, en que mi vida se desmorona y ya no sé para dónde encarar.
Éste es uno de esos momentos.
Sin embargo, al igual que Mafalda, entiendo que simplemente estoy satirizando la angustia a través de una expresión de deseo inalcanzable; mecanismo de defensa que aprendí ni más ni menos que de ella.
Será por eso que esta semana decidí comenzar a leer Harry Potter, porque leer implica adentrarse en un mundo nuevo y proyectar, ¿y quién no sintió alguna vez esas ganas desesperantes de solucionar sus problemas agitando una varita?
En definitiva, después de diecisiete años, saco en limpio algunas cosas:

  1. Mi nivel de dificultad de lectura no avanzó demasiado.
  2. "El Principito" es, sin duda alguna, mi libro favorito.
  3. Soy una soñadora.
  4. Me desmorono fácilmente.
  5. Uso la lectura y la escritura como escapatoria.
  6. La vida sigue, el mundo no va a parar y yo no me voy a bajar.

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2 comentarios

  1. Gracias por tu blog estos pequeños ratos leyéndote me han servido de ancla y me han ayudado a ponerme palabras a lo que sentía.

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    1. Muchas gracias, Jade. Se hace sentir tu comentario. Fuerza por lo que estés pasando!

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