- Mauricio es Macri -

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En el capítulo 2 de “La Sociedad del Espectáculo” (1967), Guy Debord plantea “la mercancía como espectáculo”, y a través de esta premisa enumera características que definen la mercantilización y comercialización del espectáculo en sí como base del mismo.
En sus nueve capítulos, Debord deja en claro que el espectáculo no es más que una falsa representación de la vida real, un mundo aparte que se vuelve parte de nuestro propio sistema y al que luchamos por alcanzar. Así, esa realidad se va tergiversando. Pertenecer se vuelve una necesidad básica, por tanto, adquirir también. Surge el deseo constante junto con su insatisfacción consecuente, dado que, al estar inmersxs dentro de un sistema capitalista, siempre habrá producciones renovadas y mejores ofertas que incrementarán ese deseo por obtener a mansalva.
Sin embargo, dentro de la sociedad del consumo, hay quienes podrán tener una mayor desenvoltura adquisitiva y quienes tendrán que luchar un poco más por alcanzar las metas impuestas por esa cultura consumista. Quienes directamente no logren acceder bajo las diversas opciones legales, lo harán bajo sus métodos y condiciones, pero lo harán, y a su modo pertenecerán, en algún aspecto, a ese mundo de seducción de obtención incesante.
Aquí juega un rol fundamental el espectáculo como mediador principal entre la oferta y la demanda.
La Real Academia Española (RAE), define “espectáculo” como “cosa que se ofrece a la vista o a la contemplación intelectual y es capaz de atraer la atención y mover el ánimo infundiéndole deleite, asombro, dolor u otros afectos más o menos vivos o nobles”.
En definitiva, el espectáculo está directamente ligado a generar emociones a quienes lo consumen. Cuando dichas emociones entran en juego, quienes las viven o perciben se vuelven seres empáticxs que logran personalizar y apoderarse del mensaje, independientemente de si el mismo carece o no de sensatez alguna.
Pero el mundo del espectáculo ha logrado evolucionar y avanzar a pasos agigantados. Cuando antes sólo se mercantilizaban objetos, hoy se ha logrado mercantilizar, además, a las personas; desde personajes mediáticos hasta flamantes políticos con asesores. Todos vendiendo una imagen de sí mismos cuyos defectos y virtudes se amoldarán a sus propios fines propuestos.
Tal es el caso de quien actualmente nos preside, Mauricio Macri. Una persona asociada a políticas neoliberales, de derecha. Un hombre que en más de una oportunidad se ha mostrado públicamente a favor de la privatización estatal. Alguien que, sin medir las posibles consecuencias, ha hecho todo tipo de comentarios machistas. Sin embargo, en plena campaña, demostró haber deconstruido la mayor parte de esos preconceptos que tanto se jactaba de pregonar años atrás. Era un nuevo hombre. Carismático, empático, luchador; el nuevo “Robin Hood” de la política que venía a salvarnos de todos los males heredados; a acabar con la corrupción, a desmantelar redes de trata y narcotráfico, siendo -en teoría- uno de los principales aportantes de esta campaña Raúl Martins, proxeneta denunciado por su propia hija, Lorena.
Este pasado oscuro, había logrado quedar atrás. Quienes ocuparon un rol elemental fueron también los medios hegemónicos que, embarrados por una constante puja con el gobierno antecesor, comenzaron a enarbolar a su candidato predilecto.
No sólo los programas informativos se encargaban de hablar del próximo mandatario, sino que surgió una nueva tendencia: generar un híbrido entre programas del mundo del espectáculo que pudieran mechar sus temas con la agenda política del momento.
Esto tuvo incidencia directa en lxs consumidores de los medios. El público supo tomar el mensaje como propio. La lucha fue conjunta. La gente arengó por un cambio más digno, porque siempre es necesario cuestionar al Estado, porque siempre es menester reclamar y hacer notar los errores, lo que falta, lo que queda por mejorar.
Se instalaron nuevas expresiones, entre ellas la famosa “campaña del miedo”, que hacía alusión a los supuestos falsos dichos de quienes se oponían a que Mauricio Macri se convirtiera en el nuevo Presidente electo. Así, la grieta logró ensancharse cada vez más. Se perdieron los matices en un marcado blanco-oscuro.
Personas de todas las clases sociales se dedicaron a apoyar al ex Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires mientras que a la par defenestraban la labor de Cristina Fernández de Kirchner. Incluyendo a quienes se verían más afectadxs por las medidas políticas y económicas que tomaría el actual equipo de Gobierno.
La campaña política de Macri se dedicó a embelesar a lxs ciudadanxs a través del propio embellecimiento del mismo candidato, convirtiéndolo así en un cliché de sí mismo: el empresario -virgen de pisar una villa o algo que se le parezca- que mira a quienes menos tienen simulando comprensión y sensibilidad afirmándoles que si bien tiene otro estilo de vida, él no se olvida de ellxs y va a luchar por insertarlos en el común de su clase, mostrándoles que otra vida es posible. Generando ese deseo que nadie les da. Convirtiéndose en un fetiche de lo inalcanzable.
Mediante la espectacularización mediática y la humanización de quien sería el nuevo representante de la Argentina, se logró generar una imagen más de un Mauricio que de un Macri.
Pero no te olvides, Mauricio siempre es Macri.

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