- Inocencia Diminuta -

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Hoy es noche de pijamada. Venía desde hacía una semana mentalizándome al respecto, pensando en lo revitalizante que podría llegar a ser. Los chicos tienen siempre una energía avasallante y tenés dos opciones: desgastarte o recargarte. A mí obviamente me venía bien la segunda.
Las cosas no me salieron exactamente según lo planeado. Tuve un día nefasto. Está bien, me gusta dramatizar, pero no fue el mejor de mis días del 2016, aunque si me pongo a pensar en líneas generales tampoco fue un buen año, pero la vengo piloteando para salir de la mala racha.
La idea era disfrutar plenamente de mis sobrinos pero la noche anterior cometí el error de irme a dormir tarde sabiendo que al día siguiente tenía que madrugar para ganarme el pan de cada día. Bendito sistema capitalista que te hace depender de una moneda para lograr cosas que resultan cada vez más inalcanzables. Y ahí estás, corriendo una carrera interminable, siempre en el último lugar. En definitiva, uno ahorra a futuro consumiendo así su presente.
¿En qué momento es que decidimos dejar atrás a nuestro niño interior y sumirnos en una madurez cargada de responsabilidades y preocupaciones? La vida de los adultos no debería ser así.
Después de una jornada laboral aburrida y poco demandante me tocó escuchar las quejas insolentes de mi sobrina mayor y, reconozco mi error con una mano en el corazón, no tuve la tolerancia suficiente. Tiene seis años y yo veinticinco. Sin embargo yo hoy parecía de cuatro.

Catalina nació en el 2010. Su edad va con el año. Carga en su nombre la herencia de mi abuela paterna, a quien no tuve la suerte de conocer, pero tengo entendido que fue una persona excepcional, de esas que se extrañan todos los días.
Todavía me acuerdo como si hubiera sido ayer el día que me enteré de que mi hermana mayor iba a ser mamá. El miércoles 13 de Enero de 2010 Andrea llegó y me desayuné la noticia con los ojos cubiertos de lágrimas que buscaban salir como una de esas lluvias torrenciales que inundan todo Buenos Aires.
Recuerdo haberles escrito una carta a ella y a mi cuñado felicitándolos y agradeciéndoles por el nuevo rango jerárquico que me otorgaban.
El tiempo pasó y Cata nació un primero de Septiembre. Cuando me llamó mi mamá para darme la noticia yo estaba en el baño. No era el mejor momento para responder un llamado telefónico. Así y todo atendí. Nuevamente el llanto irrumpió en mi puerta. ¿Qué puedo decir? Soy una persona sensible.
Al principio me daba miedo cargarla. Me daba pánico. No me sentía capaz. Después de mí, no había habido ningún otro bebé en la familia. Claramente me significaba toda una novedad. Mis hermanos estaban tan cancheros haciéndole monerías que a mí me resultaba hasta envidiable.
Con el correr de los meses no me quedó otra alternativa más que adaptarme a lo nuevo y dejarme llevar. Yo era la que más tiempo libre tenía y para que mi hermana pudiera retomar sus actividades laborales me ofrecí como voluntaria, al igual que Katniss Everdeen, para cuidar a su hija.
No fue nada fácil. Cata lloraba sin descanso. A veces con motivo, a veces sin, y no teníamos la confianza suficiente como para fiarnos la una de la otra. Ni ella se mostraba dispuesta a escucharme, ni yo segura de lograr calmarla.
Así y todo fui descubriendo técnicas para que en vez de que gritara durante una hora consecutiva con los ojos cerrados, me prestara más atención. Así la fui dejando conocerme. Así me fue queriendo conocer. Así me fui reconociendo yo misma. ¿Mi secreto? Mickey Mouse. Creo, de hecho, haber sido la culpable de que casualmente una de sus primeras palabras fuera "Mouse".
Con Catalina creamos un lazo, una conexión, o al menos a mí me gusta creer que es así. No por nada soy su madrina. En más de una ocasión, estando separadas, nos enfermamos las dos a la vez, nos enojamos las dos a la vez, y hasta nos entristecimos las dos a la vez. No hay que minimizar la tristeza de los chicos. Los chicos son puros y sus sentimientos también.
Con la llegada de Catalina yo me fui convirtiendo semana a semana en una persona mejor. Una persona capaz de dejar sus miedos de lado y soltarse ante la adversidad por medio de payasadas y actitudes desvergonzadas. Con Catalina me olvidé de ese sentimiento que te obstruye, como el colesterol a las arterias, y no te deja ser. Con Catalina empecé a ser pero también a estar.
Cuando nació su hermano, Juan Segundo, cumplí con la rutina del llanto, pero yo ya me sentía más preparada. Preparada para cuidarlo, para mimarlo y también para retarlo.
Disfruté de cada visita semanal hasta hace un año, cuando las responsabilidades no me las permitieron más.
Hoy los veo tan grandes que no me alcanzan los recuerdos para intentar entender cómo fue que crecieron tanto en tan poco tiempo. Cosa loca el tiempo. Seis años son seis años acá y en el Congo Belga, sin embargo no corre de la misma manera para todos. Hay que tener cuidado con el tiempo; cuando te querés acordar la vida te toca el hombro y se te caga de risa en la cara. Hay que saber aprovechar el tiempo. Hay que saber avanzar a la par del tiempo. Hay que vivir menos en el pasado y disfrutar más de los ronquidos de tus sobrinos después de leerles en tu cuarto, en una noche de pijamada, su cuento preferido.
Mientras escribo cada tanto giro la cabeza y los miro. El coro de ronquidos sigue, pero no me molesta, me saca sonrisas genuinas. Esas son las que valen oro en esta vida. Juntos me dan algo que nunca nadie me va a poder dar. Juntos me dan un poco de su inocencia diminuta. Juntos nos dejamos llevar. Juntos me transforman en una niña más.

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