- Torta y Orgullosa -

19:41



Hay contextos en que la palabra disidencia tiene una mala connotación. Ser un/x disidente te hace ser un/x distintx, un/x hereje, un/x incomprendidx que no es ser merecedor/x de darla vuelta.
Hay ámbitos donde lxs disidentes no son aceptadxs, abrazadxs e incluidxs. Hay lugares donde de lxs disidentes mejor ni hablar. Esto es porque hay disidentes que manchan y disidentes que luchan, que marchan.



Es hora ya de dejar de temerle a las palabras como tales, como si fueran innombrables. Es momento de dejar de temblar al escuchar ciertas expresiones, porque no son más que construcciones sociales, y la magia de quien posee la habilidad de construir(se), es que también puede deconstruir(se).
Mi abuela lo sabía bien. «Mejor no hablar de ciertas cosas», decía. Sin embargo, ella era una disidente hecha y derecha. Paraguaya, oriunda de Asunción, residiendo en Argentina desde sus 18 años.
Casi más argentina que mandioca. Así y todo, supo de primera mano lo que era la discriminación. Y yo, por estar inmersa en una sociedad plagada de ignorancia reflejada a través del egoísmo explícito, sentí vergüenza durante muchos años de mi vida; así, me dediqué a justificar algunos de sus extraños comportamientos cayendo en la típica bajeza que estuvo por décadas al alcance de mi mano: "es paraguaya...". Como si eso fuera indicio de un mal que nos aqueja, que nos irradia con su toxina, cuando en realidad somos nosotrxs quienes nos volvemos parte de ese tumor que se expande de forma global. La metástasis que genera es tal, que ni siquiera es posible describirla con palabras; ni Superman sería capaz de detectarla. 
En mi caso, hace algunos años, comencé a transitar una mal llamada "etapa" que no fue otra cosa más que un camino de ida, nada menos que una forma de vida. 
Al principio, los rótulos se tornaban complicados y los sentía muy alejados de lo que yo creía ser. Estamos acostumbradxs a subsistir en una sociedad que nos demanda etiquetas como si fuésemos prendas de vestir, y así andamos, colgadxs y tambaleantes de esta percha llamada vida. Son muchas las preguntas y pocas las respuestas, y es importante cargarse de paciencia y dedicarse a avanzar. A avanzar contra un tsunami emocional. Las dudas y la angustia, también se vuelven cancerosas a nivel general.
Tiempo fue lo que necesité para procesar tantos sentimientos incomprendidos, y cuando éste pasó, aprendí a portar con orgullo mi propio cartel de torta pegado en la frente. Así fue como yo también me convertí en una disidente. Como leí por ahí recientemente, "ser gay no es suficiente".


Hay quienes se espantan cuando me autoproclamo como tortillera; y es que el origen de esta expresión de antaño, trae consigo aparejados niveles impensados de descalificación, pero hay algo que ellxs no comprenden: apropiarse del insulto y usarlo como bandera de lucha, se vuelve una reivindicación.
Pueden llamarme entonces: torta, tortilla, lesbiana o femivilla, que acá estoy, aguantando los trapos de este arcoíris multicolor.

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